viernes, 14 de noviembre de 2008

LENIN, EL PECADO ORIGINAL DEL COMUNISMO, POR EVGUENI EVTUSHENKO, RUSIA





Al regresar del campo de concentración, el poeta disidente Julij Daniel, al que había defendido en la época de su oscurantista proceso de 1966, me contó que, en las paredes de las letrinas, alguien había grabado con un clavo o con la punta de un cuchillo -introducido a escondidas- muchos versos de mi poema La universidad de Kazan, entre ellos los siguientes: "En los días de servidumbre espiritual, / en los días de oscuridad, / las prisiones, conciencias de Rusia, / fueron su primera universidad".

En la época de la redacción de mi poema sobre Lenin, cuando trabajaba en los archivos de la ciudad de Kazan, tropecé con un valioso documento: las denuncias sobre el estudiante de 17 años Volodia Ulianov (más tarde convertido en Lenin), recogidas por la policía y luego conservadas en el KGB y protegidas por el sello de secreto reservado. En una de dichas denuncias se relataba el siguiente episodio: después de la ejecución de su adorado hermano mayor, un estudiante terrorista, varios camaradas, compadecidos del hermano menor, le arrastraron a un ventorro de mala fama, en el que le obligaron a beber todo un vaso de 200 centilitros de vodka. Volodia se lo tragó como un sonámbulo, casi ciego y sordo, y luego los camaradas le empujaron a beberse una jarra de cerveza, acompañada de pepinos en salmuera y pan negro de centeno. En la mesa de Volodia se sentaron dos putas que ofrecían sus servicios a los estudiantes a mitad de precio y, a veces, por pura amistad, "sencillamente porque sí". Derramaron alguna lágrima y consolaron a Volodia mientras le acariciaban la cabeza, pero él no se daba cuenta de nada y, con la mirada fija en un punto que sólo él veía, no hacía más que repetir: "¡Vengaré a mi hermano! ¡Vengaré a mi hermano!".

En otra denuncia se decía que, cuando los estudiantes le llevaron a casa en aquel estado hipnótico y obsesivo, con una idea fija, arrancó de la pared el mapa de Rusia, lo arrojó al suelo y, con un aullido de animal acorralado, lo pisoteó y lo hizo jirones con manos y dientes.

Resulta interesante que, en 1917, Pasternak, que no había podido leer estas delaciones, describiera en una de sus poesías -todavía poco conocida- el regreso de un Lenin sumido en pensamientos jubilosos, consciente de que había llegado, por fin, el momento de vengar al hermano adorado. No cabe duda de que Alexander Ulianov, el hermano de Lenin, debía de ser noble y valiente; pero, si hubiera seguido arrojando bombas, está claro que la metralla, junto a los "verdugos del zar", habría matado a muchos de sus siervos inocentes y a numerosos transeúntes, y la represión policial se habría agudizado aún más.

¿Contra quién se volcó verdaderamente la venganza de Volodia Ulianov?

Sus tres consignas prodigiosamente acertadas conquistaron el corazón de la gente, ya exhausta por la insensatez de la I Guera Mundial: "¡Paz para el pueblo! ¡La tierra para los campesinos! ¡Las fábricas para los obreros!". Pero la I Guerra Mundial se transformó en una sangrienta guerra civil; la propiedad de las tierras y las fábricas no fue a parar a los campesinos, sino al Estado, que exigió, a quienes trabajaban el suelo, hasta documentos para circular por dentro del país -con lo que les convirtió en siervos-; y dejó a los obreros prácticamente sin derechos políticos ni sindicales. Fue la dictadura de la burocracia, no del proletariado, y, si bien se consolidó definitivamente en tiempos de Stalin, ya había comenzado en la época de Lenin.

Los miembros de la generación de los años sesenta nos hacíamos la ilusión de que luchábamos contra las "doctrinas de Stalin", que, según creíamos, había traicionado los ideales de Lenin. Pero había sido Lenin, tal vez sin darse cuenta, el primero que había traicionado sus propios ideales, porque no había hecho realidad ninguna de las tres primeras consignas del bolchevismo, los lemas que habían engañado al pueblo y habían llevado al poder a un puñado de bolcheviques. Fue Lenin, y no Stalin, el que firmó el decreto para la creación del primer campo de concentración de Europa, en Solovki, en 1918, destinado a quienes no comulgaran con sus ideas. Stalin fue el padre del Gulag, pero Lenin fue su abuelo. Quien alimente todavía alguna ilusión sobre Lenin debería leer la pequeña selección de citas suyas reunida por Venedikt Eroféiev, Mi pequeña leniniana.

Fue Lenin quien escribió a Dzerzhinski la nota en la que le aconsejaba que "arrestase a treinta o cuarenta profesores" para restablecer el orden. En ese número impreciso se oculta el inicio del totalitarismo. En la época de la guerra civil, Lenin recomendó a Stalin que amenazara con el fusilamiento a las telefonistas de Caritsin si no mejoraba la calidad de las comunicaciones telefónicas entre dicha ciudad y Moscú. Fue Lenin quien ordenó fusilar y ahorcar sin piedad a los campesinos que escondían el grano para que no se lo confiscaran los bolcheviques. ¿Cómo iban a sobrevivir si no lo hacían? Lenin es responsable de la escasez sufrida en las regiones del Volga, cuando la gente empezó a devorarse entre sí, del mismo modo que Stalin tiene la responsabilidad de la escasez durante la época de la colectivización forzosa en Ucrania.

Mi padre, que era geólogo, me decía cosas -todavía vivía Stalin- que me guardé para mí, pero por las que, de acuerdo con las normas de la moral estalinista, debería haberle denunciado al NKVD, la policía política: "En nuestro país no existe el socialismo. En nuestro país hay un capitalismo de Estado". Y el Estado devoró a los pequeños propietarios y se convirtió en dueño de todo, desde los botones hasta las bombas atómicas.

Sí, es verdad que en la era soviética había una buena educación gratuita, atención sanitaria, centros de vacaciones, el intento de plasmar una amistad entre pueblos de diversas nacionalidades. Había una hermosa Constitución que defendía los derechos de los ciudadanos, pero que era letra muerta. (Y no se puede olvidar la enorme contribución del pueblo soviético a la derrota del fascismo). Sin embargo, se negaba el derecho humano elemental a la libertad de pensamiento. Todo lo que se apoya en la violencia y la sangre, tarde o temprano se viene abajo. Lenin lo comprendió al final de su vida, y se horrorizó al comprobar los resultados de su esfuerzo para "vengar a su hermano", pero ya no podía detener a su discípulo -por desgracia, fiel-, que había paralizado políticamente a su maestro, cuyo cuerpo ya estaba paralizado.

Hay que estudiar a Lenin, desde luego. Ahora bien, cuando se estudia la historia es preciso saber exactamente qué conviene aprender y qué no.

El pasado puede ser un maestro muy valioso, pero también, quizá, el maestro más peligroso.

Publicado en EL PAÍS, España, el 25 de enero del 2004

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